Pocas obras he leído tan marcadas por el número dos. Dual es casi todo en esta historia, dos son quienes finalmente la llevaron a cabo (David Rubín en los dibujos, Santiago García en los guiones) luego de que un 1° dibujante la dejara incompleta. La calidad de la historieta es notable, pero subyace en la estructura original, esta narración díptica que (quizás por distinta del habitual planteo desarrollo-nudo-descenlace) deja un sabor agridulce en el lector. Probablemente escribo estas líneas para poder entender esta desdicha de una aventura que termina...
Mi 1° encuentro con el poema épico anglosajón fue a través de una de sus adaptaciones, la película animada del 2007. En su momento el balance (de sensaciones, no de calidades) fue similar, al margen de los cambios que evidentemente se vieron forzados a realizar para dotar de un todo dicho film. Pero la lectura de ambos grupos creativos sobre el poema original fue similar.
La historia del comic, mucho más fiel al material original que la animada, se desarrolla en dos etapas, que constan a su vez de dos partes cada una. Esta misma estructura parece buscar reflejar el fin de una era (que a su vez es remarcada en el film con la aparición del cristianismo en tierras "de bárbaros") y la incertidumbre que esta genera en todos aquellos que son capaces de sobreponerse a las monstruosas adversidades que aciegan estos pueblos. Pasamos, durante la primera parte del relato, del Salón Maldito (un espacio de ritual, de celebración) a la caverna de los Jotun (lugar natural para yacer, el último refugio); de Grendel a su aún más terrorífica madre. Ambos se convertirán en trofeos de Beowulf, un personaje coincidentemente de naturaleza dual, que debe lidiar con el mito que él mismo está forjando... Hasta que parece haberlo logrado y sentir la frustración de que con su más grande hazaña haya dado forma a su epitafio.
Y así comienza la 2° parte, luego de una breve descripción, asistimos a Beowulf Rey, un héroe que sufre la tristeza de ser un jerarca, la voz de la ley de un pueblo. Tan bruto es el salto del relato que hasta estoy convencido de que cambia la composición de página con la que el tamdem creativo Rubín-García resuelve la historia. El dragón, nuevo enemigo a vencer, posee una escala tan descomunal que parece invadir al relato y querer devorarlo con la misma voracidad con la que sus llamas arrasan todo lo que tocan. La conclusión de este brutal enfrentamiento marca el ¿Final? de la historia. Luego de cierto giro metalingüistico, se termina todo, el relato deja de arder, como una fogata que se apaga luego de un breve pero poderoso instante.
Que decir del trabajo de los autores... Es notable en todo sentido, las tintas y colores de Rubin (más crudos que en otros de sus trabajos), los textos de García; si hasta aquello sobre lo que no tenían total control resulta tremendamente efectivo. Me estoy refiriendo a el tamaño de los textos, resultantes de el cambio de formato realizado poco antes ser publicado. Tal decisión responde a enaltecer las líneas de Rubín, que hubieran sufrido en sus dimensiones originales un empastamiento que puedo imaginar similar al de ciertas ediciones de Corto Maltés; pero favorece también a los textos, que adquieren un tamaño con el cual parecen rivalizar con su contraparte ilustrada, como si se tratara de versos dibujados. Es notorio que nadie hiciera mención a Beowulf en una discusión de la que formó parte Rubín sobre los límites del comic, cuando esta obra y esta edición es un claro ejemplo de lo positivo que puede resultar romperlos.
En fin, creo haber logrado mi meta, gracias a este texto me siento más en paz con una obra tan bien resuelta por sus trovadores posmodernos que no me permitieron embelesarme en las habituales virtudes de su alquimia propia y me expusieron en cambio a la crudeza de un relato de más de mil años de antigüedad.
Nada mal.